La Habana. Pablo Ordaz. El País
La sala de espera de un aeropuerto lejano. Tras un milenio de desencuentros, el papa de la Iglesia católica y el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa —conscientes ambos del poder de los símbolos— decidieron que su abrazo histórico se produjese en un lugar abonado por la alegría de los reencuentros y la tristeza de las despedidas. En el aeropuerto de La Habana, y con Raúl Castro de testigo, Francisco y Cirilo pusieron la primera piedra para conjurar las diferencias entre católicos y ortodoxos iniciadas en el siglo IV y que desembocaron en el cisma de 1054.
Además de limar las viejas rencillas, el Papa y el Patriarca tienen un motivo urgente para trabajar juntos: la brutal persecución, casi un genocidio, que sufren los cristianos en Oriente Medio y el norte de África requiere que tanto Francisco como Cirilo utilicen su gran influencia política a favor de la estabilidad en la zona.